Qué significa soñar con la Lluvia

Antiguamente se celebraban fiestas y ritos propiciatorios para ob­tener la lluvia fecundadora de la que dependían la fructificación de la tierra y la abundancia de las cosechas, es decir, el bienestar de todos. La lluvia es un símbolo onírico muy positivo: es la fuerza generadora masculina, tanto material como espiritual. La lluvia, al unir el cielo y la tierra en una especie de matrimonio, resuelve los conflictos psicológicos y crea el terreno apto para lograr un buen equilibrio. La única excepción es la lluvia torrencial y destructiva, símbolo de un equilibrio psíquico minado.
Para Freud simboliza la conclusión del acto sexual, con espe­cial referencia a la fecundación. También Jung habla de fecunda­ción, pero sólo en el plano espiritual.
La interpretación popular está muy pendiente del tipo de lluvia onírica: acompañada de un sol intermitente promete la satisfac­ción de los propios deseos, igual que si una lluvia templada cae sobre campos floridos. Fría e invernal, anuncia un retraso en la realización de los proyectos. Supone disgustos a la vista si se trata de precipitaciones abundantes.
Una lluvia torrencial que inutiliza el camino es símbolo de obs­táculos insuperables, y la inútil búsqueda de un cobijo anuncia daños. Cuando llueve sobre una tumba se puede esperar un amor duradero que irá más allá de la muerte.
Veamos la opinión de los intérpretes de la Antigüedad. La llu­via es el símbolo de la gracia y la misericordia divinas para los árabes. Al contrario, los egipcios ven en ella un mal presagio, además de un delito. Para los intérpretes indios soñar con lluvia se considera un buen augurio. Significa que cada deseo puede ser atendido. En cambio, al soñador que ve lluvia turbia le espe­ra una desilusión. La caída de granizo sobre una población anun­cia una invasión o, incluso, una guerra.
Para el intérprete griego Artemidoro, la lluvia ligera es muy favorable sólo para los agricultores; a los demás sólo les promete beneficios limitados. Lluvias torrenciales son portadoras de pér­didas y peligros, a excepción del soñador pobre, al que le anun­cian el fin de sus problemas.