Cabeza y manos universalizan e inmortalizan al hombre

Moisés dijo a su pueblo: «La ley del Señor será escrita en tu frente y en tu mano». Y en la frente y en la mano se reconoce el signo al que cada cual pertenece.
El médico Melampo, del que se decía en la antigua Grecia que más curaba manipulando las cuerdas que unen al espíritu con los astros, que palpando los orificios del cuerpo, aseguraba haber recibido del dios Baco el don de conocer el mecanismo carnal, el mental y el espiritual de todos los hombres a través de sus palmas.
El desarrollo de las artes de Melampo continuó durante muchos siglos, porque los estudiosos percibían que algo especial y grande había en las manos: una fuerza ascendente relacionada directamente con la Energía Suprema, sin que importara si esas palmas, montes, encuadre y dedos eran de esclavo o de rey. Y conforme aquellos estudiosos comprobaban esta misteriosa realidad, se encontraban, gradualmente, capacitados para distinguir los diversos rayos y colores del aura que invariablemente brotaba de todos los que se acercaban a consultarles.

Las manos son páginas del libro del destino personal

Las manos son como el cuaderno de notas de los astros. Estos imponen características distintivas del aura de cada persona y a cada parte de su cuerpo, dando lugar a los múltiples signos corporales, entre los que resaltan los grabados en las manos, a manera de síntesis de cuanto se halla escrito en el libro del destino personal.
Esta síntesis, sin embargo, contiene más información de la que hasta hoy hemos aprendido a descifrar, aunque ya no son sólo los cartománticos quienes asombran con sus lecturas, sino también los científicos, entre los que se situó en primer término la famosa psicóloga de la mano Charlotte Wolf.
Pero ni aun así ha perdido vigencia la disposición al escepticismo más negativo, por lo cual ofrecemos la siguiente historia que une la esencia de éstos y de los que aún entre incomprensión y represión se afanan desde siempre por desentrañar los secretos de todas las dimensiones. Se trata de un ejemplo del que sólo suele contarse una parte, la referente al dilema que se plantea al astrólogo, sin hacer caso del desenlace. La redacción de la primera parte hemos querido transcribirla exactamente como se cita, procedente de los escritos del al-Saküni.

El escéptico y el astrólogo

«Dijo un monoteísta a un astrólogo que actuaba como si supiera todo lo que sucedería:
—Para ponerte a prueba, mira, tomaré en mi mano este anillo. Mira lo que te indican sobre él las estrellas. Si me respondes que indican que lo voy a mantener sujeto, lo tiraré. Si, en cambio, me dices que manifiestan que va a caer, me quedaré con él. Digas lo que digas, haré lo contrario, con lo que quedará patente tu vergüenza.»
Hasta aquí la cita de al-Saküni. Pero no la historia, que continuó así.
«El astrólogo, mirándole al rostro y después al de cada uno de los que les rodeaban, distinguió sólo ánimo de burla. Pero no dio paso a la indignación ni al desánimo. Antes al contrario.
Y entonces dio su conclusión:
—Cuando tu mano se abra a lo obscuro, dejarás ir el anillo. Pero volverás a encontrarlo en tu palma cuando la extiendas de nuevo hacia la luz.
A todos pareció que tal respuesta era un subterfugio muy propio de astrólogos. Le permitía salir de la apurada ocasión sin que ninguno de los oyentes hallara razón bastante para hundirle las costillas. Al astrólogo no le turbó tampoco no haber podido acabar de una vez con la duda.
Y es que en las líneas y los montes de la mano del escéptico había visto el cercano fin de una pasión adúltera que le costaría toda su fortuna y su dignidad.
Entregaría finalmente el anillo, obligado por la miseria, a un criminal, en pago del asesinato de su esposa e impaciente por heredar su fortuna.
Pero el sicario no volvería a dar la menor señal de su existencia. Simplemente se habría ido a disfrutar del pago anticipado sin pensar siquiera en realizar el vil encargo. Y otro tanto haría la amante, sin esperanza ya de volver a ver rico a su enloquecido adorador.
Y así sucedió que la serie de brutales impresiones acabaron con la última dignidad del infeliz escéptico, y ya sin salud, ni lucidez, ni fe en sí mismo ni en nadie, tendió la mano en la calle en demanda de limosna. Fue entonces cuando el anillo volvió a su palma, depositado por su esposa, que meses antes había reconocido la joya entre las que ofrecía un mercader viajero, volviendo a comprarla impulsada por el amor.

Signo Géminis