Un sabio ha escrito: «¡Tu bola ha de ser como el perro, sólo ha de obedecer a su amo!» Otros han afirmado que el ocultista tiene que manifestar «mentalmente una confianza absoluta en las propiedades particulares de la esfera: los iniciados dicen que hay que «amarla». Por tratarse de un objeto-soporte prodigioso, la bola de cristal no se debe enseñar a personas curiosas o no iniciadas en el arte, como por lo demás hay que hacer con todos los demás instrumentos y accesorios mágicos. Por consiguiente, la bola ideal la tiene que manejar únicamente el que la posee, para que no se mezclen en ella vibraciones o magnetismos ajenos, que lo único que consiguen es debilitar sus poderes».
La bola de cristal se tendrá que preparar perfectamente para que sea pura como «agua de manantial». Antes de utilizarla, es oportuno «eliminar de ella todo reflejo superfluo de luz, sobre todo artificial… En efecto, si los juegos de los reflejos, de las sombras y de las luces artificiales penetran en la bola, la visión de las imágenes de lo astral —la verdadera videncia— se presenta alterada o no se presenta en absoluto».
Por tanto, no se dejará que nadie manipule la bola después de que haya sido purificada y magnetizada: toda manipulación ajena interrumpe, altera y destruye la sensibilidad astral. Recuerden siempre que la clarividencia a través del globo tiene que representar ante todo una búsqueda personal para alcanzar la perfección espiritual, acercándonos así al Divino Creador, a quien, en todo momento, habremos de dirigir nuestro pensamiento de veneración y agradecimiento por el magnífico don de la videncia que, en su infinita bondad, ha querido prodigarnos.
Háganse, además, con un trapo de seda negra que tenga grabados los cuatro nombres sagrados: Adonai (tierra), Schaddai (aire), Elohim (agua) y Jehová (fuego). Estos nombres sagrados se tienen que escribir en oro, en círculo sobre el trapo, que tendrá que medir 30 x 30 centímetros.
El trapo negro se llama Lamen. Antiguamente se trataba de una mesita construida a propósito para esta forma de adivinación: era muy baja y se apoyaba sobre tres patas. Tanto el consultante como el «médium» se sentaban sobre unos almohadones puestos en el suelo. El Lamen no se tendrá que lavar nunca: cuando el tiempo lo haya raído, se hará con otro nuevo, obviamente, preparado para el uso sagrado para el cual está destinado.