Cómo ejercitar la contemplación

Antes hemos hablado de los días necesarios para la preparación. En realidad, tienen que ser cuarenta y ocho; para ser más concretos: los veintiocho primeros sirven para preparar la bola de cristal, para hacerla viva, personal, protectora; los otros veinte días se emplearán para la contemplación y la meditación, a fin de poder leer en ella los signos e interpretarlos.
Preparemos, pues, una habitación en la penumbra, dedicada expresamente para la contemplación a través de la bola de cristal, al tiempo que las rituales hierbas mágicas para la videncia se queman en el incensario. Sobre una mesita, a ser posible redonda, colocaremos la bola, previamente cubierta por el Lamen sagrado, a distancia prudencial de los ojos del sensitivo, detrás del cual arderá una vela blanca. Nos sentaremos ante la bola, para poder observarla desde arriba —postura que garantiza una mayor receptividad hacia los fluidos.
Tanto en la fase inicial de la sesión, como en la fase de máxima contemplación, es la de mayor importancia
la respiración. Ya hemos hablado de ello, pero es bueno volver a repetirlo.
En primer lugar, hay que sentarse correctamente, con la columna vertebral bien recta. La inspiración y la espiración tienen que tener, a ser posible, una misma duración. La inspiración tiene que producirse sin esfuerzo alguno, con la mayor naturalidad: el aire inspirado no ha de quedarse en los pulmones. La respiración es un medio útil de conocimiento de lo que se produce en el cuerpo, y eso, de por sí, favorece un aumento de la concentración psíquica, reforzando el control de nosotros mismos y de nuestra voluntad. La respiración correcta constituye un medio provechoso para valorizar la voluntad, que al ensancharse aumenta las potencialidades armoniosas de la fuerza del pensamiento.
La necesidad de una voluntad fuerte resulta evidente cuando se adquiere la capacidad de discernir, de «ver» los primeros «oscurecimientos» en la esfera: es ahora cuando la emoción puede jugarnos una mala pasada, haciéndonos retroceder a una fase preliminar (si eso ocurre, hay que volver a empezar desde el principio).
Cuando del incensario empiecen a levantarse las primeras espirales de humo, liberando así la vía para la videncia, el sensitivo tendrá que quitar el sagrado Lamen con el que había tapado la bola de cristal, colocándolo en círculo en la base como para formar un soporte para la misma bola. Después recitará la siguiente oración:

Criatura
del aire, de la tierra, del fuego, del agua,
en nombre de Aquel
que ha creado todas las cosas
visibles e invisibles,
a esta insignificante criatura que
te lo pide con fe,
concédele el lúcido pensamiento de la videncia.
Aleja de esta esfera
toda fantasía inútil
Haz que mi mente
sea pura y transparente como el cristal,
santifícala y hazla benéfica,
para que se llene
de poderes y de virtudes.
Haz que ningún enemigo
se atreva a entrar en ella.
En virtud del nombre sagrado
y por la fe que me anima.
¡Amén!

En un principio, la concentración de la mirada en la bola de cristal no deberá nunca superar los diez minutos diarios, y se tendrá que hacer siempre lejos de las comidas. Hay que saber retirarse a tiempo y no ser impacientes al querer hacerlo todo enseguida: de lo contrario, podríamos caer en situaciones desagradables.
Además, hay que mirar dentro del cristal y no el cristal, con el deseo máximo de «ver» lugares o situaciones, pero, en un principio, sin la necesidad de establecer conexiones concretas, sin impaciencia y casi con desapego.
La primera vez nos escocerán los ojos, porque no estamos todavía acostumbrados a clavar intensamente la mirada en la bola; pero después de algunas sesiones eso no volverá a ocurrir.
Meditemos ahora durante diez minutos consecutivos y tratemos de «ver» hasta en los más mínimos detalles a la persona a la que vamos a ver después de la sesión contemplativa.
En ningún caso hay que trabajar con la fantasía, y tampoco seguir procedimientos de tipo analógico. Por ejemplo: si sabemos que en la habitación cercana hay una persona determinada, sólo por eso no tenemos que pensar que la estamos «viendo». En este caso, es preferible tratar de «ver», en cambio, lo que está haciendo en ese momento; es decir, mientras contemplamos la bola de cristal, tratar de materializar la imagen de la persona que tenemos delante, o bien tratar de ver nuestra proyección en la otra habitación junto con la persona misma.
Procurando no hacer el menor esfuerzo y evitando toda tensión física y mental, dirijamos la mirada hacia el interior, hacia el centro de la esfera, y esperemos con serenidad a que se produzca el fenómeno, y empiecen a delinearse (primero de un modo vago e impreciso, después cada vez más claramente) figuras e imágenes.
Un buen método para adquirir capacidades media-nicas cada vez mayores es el de llevar a cabo sesiones diarias. La contemplación en la bola de cristal, como hemos dicho, es mejor que al principio no supere los diez minutos diarios, y que se produzca siempre a la misma hora, en la misma habitación y lejos de las comidas. Progresivamente, tendremos que añadir el límite de treinta minutos al día de ininterrumpida concentración.
Algunos, en vez de verdaderas visiones, puede que tengan la sensación de que se producen «oscurecimientos» o colores. También esta forma inicial de videncia tiene un sentido: hablaremos de ello en otro momento.
Son pocas las personas que pueden decir que hayan conseguido visiones en los primeros intentos. Si después de algunas semanas las visiones no aparecen todavía, no hay que desanimarse, hay que seguir insistiendo: llegarán con el tiempo, con la constancia de nuestro empeño, con la fe que nos anima.