Cómo hacer que vuelva la persona amada utilizando la bola de cristal 1

El ritual durará hasta que la persona haya vuelto.
Después de repetir esta orden tres veces, apaguemos la vela roja de un solo soplido, expresando el deseo que tenemos en el corazón. Después vamos a colocar la esfera, el Lamen, la foto y la vela en el cajón donde solemos guardar la ropa interior.
1 Pronunciar el nombre de la persona.
2 Pronunciar el nombre de la persona nuevamente.
3 Decir lo que se desea de la persona.
Se derramarán residuos de cera de la vela roja en los lugares más cercanos a donde creemos que vive la persona en cuestión (podemos elegir también el lugar de trabajo o el coche). Dichos residuos, aunque sean unos fragmentos finísimos, tendrán que permanecer bien ocultos a la vista de todos, pero, sobre todo, de la persona que deseamos que vuelva.
Puntualizaciones
1. Es sutil e impalpable el diafragma que, en determinadas circunstancias, separa la voluntad de hacer el bien de la intención opuesta, es decir, la de hacer el mal. El ritual del que hemos hablado puede servir también para hacer el mal: bastaría con introducir algunas variantes, que no considero oportuno explicar. De todos modos, hay que actuar con precaución, ya que, aunque ignoremos esas variantes, podemos, sin darnos cuenta, atravesar ese diafragma.
2. Un sentimiento «tibio» puede ser transformado en una fuerte pasión; también podemos infundir seguridad en una persona indecisa. Pero no hay que olvidar que «donde no hay amor, nada podrá suscitarlo». El amor es como una semilla. ¡Pero si en la tierra no hay ninguna semilla, es completamente inútil cultivar esa tierra!
3. En este ritual la vela es roja por una razón muy concreta, que tiene que ver con los distintos colores de la magia. En efecto, tenemos la magia negra para la muerte, la magia roja para el amor, la magia blanca para el «bien». Hay que aclarar, sin embargo, que el concepto de «bien» no es absoluto, sino relativo: lo que para nosotros puede ser un bien, para otros puede ser un mal. Hay que pensárselo bien antes de desbarajustar los destinos ajenos. Pensemos que no nos corresponde a nosotros juzgar lo que es bueno y lo que es malo, en absoluto, porque todo tiene un precio en la vida.