Historia de la bola de cristal 1

Podemos afirmar con fundamento que en nuestra sociedad la palabra «adivinación» evoca la astrología, y a la idea de un conocimiento y de un saber falsos. Tendríamos que preguntar a los detractores la razón del constante y progresivo incremento en las sociedades posindustriales de la demanda de instrumentos que afronten las problemáticas suscitadas por la astrología, la magia, el ocultismo, etc. Descubrirían que la importancia de los fenómenos que la adivinación comporta se debe a que éstos ponen en evidencia modelos de acción humana y tipologías cognoscitivas de una complejidad variada y distinta.
En realidad, resulta forzado, por no decir imposible, contraponer el procedimiento mágico y adivinatorio al procedimiento «naturalista», porque el mago, el sensitivo, el «médium», no se proponen tanto cambiar las leyes del mundo como desvelar sus potencialidades. La paradoja de una «naturaleza más que natural», esta oscilación entre lo natural y lo «sobrenatural», está en el origen del secreto encerrado en la noción de magia, así como en la de adivinación. El lenguaje, a su vez, contribuye a crear esta especie de ambigüedad: el término «magia» (y también, por simpatía, el de adivinación) puede evocar el encanto de una voz, la belleza de una mirada o la calidad de un instante; pero se puede utilizar también, de una manera general, para designar a quien suscita falsas apariencias e ilusiones.
La palabra «magia» se sustrae, por tanto, a todas las , definiciones que se puedan dar de ella; va siempre más ftllá, y no se deja reducir del todo a ninguna de las categorías que se le quieren dar. Por supuesto, a la sensibilidad del lector no se le escapa que esta inefabilidad está íntimamente relacionada con el hecho de que la ciencia adivinatoria es inseparable del fundamento teológico que la sustenta. Los babilónicos, por ejemplo, concebían la adivinación como el arte, lentamente elaboradlo, de descifrar la verdad del mensaje divino, inscrita en el universo en todas sus partes, un universo clasificado, codificado, convertido en una gigantesca colección de presagios. Por tanto, concibieron la adivinación según la colocación de los astros, que declararon «escritura del cielo»; uno de los nombres más usados de su presagio es tértu, que, de hecho, significa «mensaje» escrito, orden redactada por los dioses para marcar la suerte del interesado. Los dioses, pues, comunicaban a los hombres su voluntad inscribiéndola en el universo. De modo que tenemos que mirar muy lejos para remontarnos a las fuentes primigenias de la adivinación.