Los espejos mágicos

La adivinación a través de la contemplación de la bola de cristal tiene una historia muy ilustre, que hunde sus raíces en la noche de los tiempos. «Los oráculos», dice el ilustre Ralf Tegtmeier, «seguramente son tan antiguos como la propia humanidad. El arte adivinatorio gozaba de una gran consideración…, tanto entre los caldeos, que desarrollaron una astrología y una quiromancia diferenciada 5.000 años antes de la llegada de Cristo, como entre los antiguos egipcios y entre los griegos, quienes, con el oráculo de Delfos, nos han regalado el oráculo más famoso del mundo… Para interrogar el futuro, el hombre se ha servido —y aún lo sigue haciendo— de todos los medios posibles… Bolas de cristal y cuencos de agua, ramas de árboles y piedras preciosas…, casi todo ha sido utilizado para interrogar el futuro… Por tanto, el arte de la profecía es también uno de los bienes supremos, y, al mismo tiempo, desconocido, de la historia en general».
Lo mismo que la esfera de cristal, también los espejos «mágicos» tienen una historia antiquísima. Los asirios, los indios, los chinos, los judíos, los hacían de metal; los egipcios los hacían también de cristal; en Grecia eran célebres los de bronce blanco de Corinto (aleación de cobre, estaño y arsénico). Aristóteles había aludido ya a la hoja de metal sometida a la chapa de vidrio para reproducir imágenes. Famoso en la tradición es el espejo de Salomón, formado por siete metales distintos y resplandecientes como un ráculo durante el novilunio. Sobre todo en Alemania, el espejo ha sido un instrumento adivinatorio y, en determinadas noches, bajo la luz de la vela, lo consultaban las solteronas, como la amante tassiana consultaba el cristal lúcido.
Este objeto tan corriente, como es el espejo, es un ejemplo de clásico esplendor en sus aplicaciones metafóricas, por su maravillosa función, que no es sólo de vanidad, sino, sobre todo, de verdad.
La verdad siempre se ha representado desnuda, con el espejo en la mano, el cual, indefectiblemente, devuelve la imagen con una fidelidad implacable. El propio Sócrates aconsejaba a sus discípulos a que se miraran al espejo, al entender que éste es testigo de los defectos del individuo y un monitor muy útil. De ahí se deduce que casi hay que recurrir al espejo para el conocimiento de nuestras actitudes y de nuestras facultades antes de tomar cualquier decisión.

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