Los símbolos en la Bola de cristal

Tras haber hablado de los «oscurecimientos», del significado de los «colores» que pueden aparecer en la bola de cristal, del significado de los nueve primeros números para el conocimiento de las características individuales, voy a hablar ahora de otras figuras simbólicas que podríamos encontrarnos en la necesidad de interpretar.
La palabra símbolo procede del griego antiguo (súmbolon, del verbo sumbállo: «echar con», «poner juntos», «hacer coincidir»). En un principio indicaba la manera de reconocer las dos mitades de una moneda o de una medalla rota. Tenemos las dos mitades de una cosa, y la una está para la otra (los latinos decían ali-quid statpro aliquo): sin embargo, las dos mitades de la moneda realizan la función que les compite sólo cuando se reúnen para recomponer la unidad.
La meditación sobre los símbolos es antiquísima. Hoy resulta que ya no sabemos interpretarlos. Es como si una persona estuviera en una biblioteca llena de volúmenes que contuvieran, por ejemplo, todas las enseñanzas esotéricas, y no supiera descifrarlos: lógicamente, estas enseñanzas no podrán ser interpretadas.
No me alargaré demasiado sobre el símbolo, puesto que existen ya numerosos textos de acreditados estudiosos sobre este tema. Citaré, por ejemplo: Simbolismo del Mándala, Símbolos oníricos y El hombre y sus símbolos, de C. G. Jung; o bien: Los símbolos de la ciencia sagrada, de Rene Guenon; o bien: El mundo de los símbolos, de S. Boncompagni, pero la bibliografía es inmensa.
Sin embargo, algo tenemos que decir también al respecto. Los hombres prehistóricos se expresaban con símbolos ya antes de comunicarse a través del lenguaje verbal y la escritura: los graffiti. En estos «dibujos» está encerrado un alto valor simbólico, como representación de los contenidos más profundos del inconsciente de nuestros lejanos progenitores. El símbolo viviente que surge del inconsciente creativo del hombre cumple con una función extremadamente positiva en el pleno de la comunicación social e interpersonal.
El símbolo, además, tiene una función explorativa: es un puente lanzado hacia el mundo de lo desconocido o de lo «olvidado». Encierra el anhelo del hombre hacia la aventura espiritual. Lo que llamamos símbolo —describe C. G. Jung— es un término, un nombre o una imagen que, aunque nos sean familiares en la vida diaria, tienen, no obstante, unas implicaciones de orden superior. El símbolo implica algo vago, desconocido, misterioso.
Los símbolos están encerrados en la profundidad del inconsciente colectivo humano, en los «arquetipos». Hay que saber hacerlos emerger de ese abismo en el que los mismos hombres los han hundido. Son como un precioso tesoro escondido en un cofre del que el hombre ha extraviado la llave. Nos toca a nosotros saber encontrarla y abrir el cofre.
Potencialmente, los símbolos encierran la suma de las energías acumuladas por la psique del hombre y transmitidas de generación en generación. El símbolo traduce así el esfuerzo del hombre por descifrar y dominar un destino que se le escapa.
El símbolo es una presencia mágica y se tiene que considerar como un sistema de revelación: todo símbolo encierra en sí un universo de ideas, de pensamientos, de representaciones. Tenemos que escudriñarlo en toda su complejidad.
En la bola de cristal el símbolo tiene que ser penetrado con la meditación y la concentración. La palabra concentración se entrecruza con la palabra símbolo también en el plano etimológico. Concentración deriva del latín (cum y centrum: significa la reunión en un solo punto de todas las cosas que se encuentran repartidas en distintas dimensiones).

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