El tercer símbolo fue el arquero

En la época asiria de Sargón II (conquistador de Samaría en el año 721 a. de C.), debido básicamente a que persistía la incertidumbre sacerdotal sobre la totalidad de la figura alegórica del noveno signo —al requerir tres componentes básicos, resultó ser el arquetipo más complejo del Zodíaco— se asumió que si parte del símbolo era la imagen de un arquero, resultaría un acierto indiscutible y hasta venerable si fuese la representación del dios Asur disparando saetas.

La inapreciable reproducción de un estandarte de la época muestra dentro de un círculo al dios Asur disparando su arco. Se halla en medio de caminos indicadores de su esencia viajera, y a los lados y por debajo de estos caminos señalados como franjas ondulantes que arrancan de un mismo nudo del destino se hallan dos toros y dos leones, en manifiesta alusión al hecho de que seguía luchándose entre los iniciados por acabar de definir la esencia del signo y centrarla en una alegoría justa, precisa, como la flecha que ya se había revelado como componente esencial y que señalaba una función maravillosa, opuesta a la idea de la muerte. Este arquero coronado también ha sido identificado, desde la más remota Antigüedad, como el dios persa Ormuz.

De hecho la muerte se hallaba en la casa zodiacal anterior —la de Escorpión—, que era su morada natural. Por tanto, al signo del arquero le correspondía una misión alejada del concepto mortal que sugería la flecha. Y la polaridad correspondiente era, pues, la de distribuidor de la vida. De este modo se pudo llegar al conocimiento de que en Sagitario se daba la función de repartir la vida, que no de crearla, así como en el signo anterior se daba el extremo opuesto de repartir la muerte, no de causarla por una voluntad propia. Esto implicaba, consecuentemente, que el primer signo de la rueda zodiacal era el de Sagitario, el repartidor de vida, en tanto que el último era el de los reptiles, las oquedades, la sabiduría oculta y trascendente, la muerte; es decir, Escorpión. Y como repartidor de vida, debía corresponderle un arquetipo móvil, viajero, veloz, lleno de carácter. Pensaron en el unicornio, pero este ser fabuloso carecía de todas las implicaciones que sólo la figura humana podía aportar.

Signo Sagitario