La Tierra, centro del concepto astrológico

La Tierra es el tercer planeta en el orden concéntrico solar. En sentido estrictamente astrológico hemos de considerarla exactamente como se hacía en la Antigüedad, es decir, como centro del Universo, puesto que para el estudio de las emanaciones energéticas que nos envían los astros no puede caber otro criterio: nos hallamos en el centro de lo que, todavía hoy, hemos de seguir considerando como la corriente mágica cósmica.

Hesíodo en su Teogonia anota con tono bíblico: «En un principio era el caos. De él salió Gaia, la de los grandes senos, la Tierra, fundamento eterno de todas las deidades, tanto de las que moran en lo alto del Olimpo como de las que se hallan en el interior de sus flancos. Simultáneamente nació Eros, el más hermoso de los dioses inmortales, el que hace ágiles los miembros y reina sobre el espíritu de todos los hombres y de todos los pueblos…».

Tales sucesos, por supuesto, no pudieron ocurrir 4.004 años a. de C, según declarase en 1650 el arzobispo Usher basándose en supuestos cálculos que realizó sobre datos bíblicos. Y aún el arzobispo Langland que, codiciando algo de su gloria, pretendió ser aún más preciso, declarando que el nacimiento de la Tierra había ocurrido en ese año, sí, pero el 23 de octubre a las 15.30 horas. Lo cierto es que no se trata sólo de un suelo, o de un foco al que convergen los hilos universales.

No se trata siquiera de una dimensión única, sino de una verdadera plataforma mágica que cumple el mandato mágico de mantenerse en medio con todos sus seres. Y en su órbita acompaña a la Tierra un satélite, la Luna, que influye decisivamente en muchos de los mayores y más determinantes fenómenos que conforman su naturaleza.