El Tarot de Marsella

De lo expuesto hasta ahora podemos deducir que en los inicios del siglo xv existían numerosas colecciones de láminas -o de barajas, si así se prefiere- coincidentes en lo fundamental pero que diferían entre sí en detalles secundarios, en los cuales sus creadores a veces daban rienda suelta a su fantasía, con lo cual y únicamente en lo acce­sorio o más comprometido (como por ejemplo la figura de La Papisa) se apartaban del modelo preestablecido, cuyo origen debemos buscar en un inocente juego de diversión que llevaba incluida una serie de carticellas de carácter esotérico.

A partir de dichas fechas, al mejorar y simplificarse los medios de producción gracias a la invención del grabado, primero en madera y luego en metal, prolifera la creación de barajas que van separándose de su finalidad esotérica para centrarse en la de diversión, lo que da origen a la creación simultánea de barajas sin arcanos mayores y de Tarots más o menos complicados o simplificados.

Un hecho curioso es que a pesar del origen italiano del Tarot se impone rápidamente el modelo provenzal gracias a la simplicidad de su dibujo y al acierto de los colores (o quizás por ser el que mejor conserva su espíritu tradicional) hasta el punto de ser exportado a la misma Italia. Es por ello que todos los modelos anteriores a 1760 poseen sus leyendas escritas en francés, y sólo a partir de dicha fecha empiezan a traducirse al italiano y demás idiomas nacionales.

A esta costumbre de editar las leyendas en francés se debe la exis­tencia de una serie de divertidos errores de inscripción a causa del desconocimiento de dicho idioma por quienes copiaban los Tarots. Así por ejemplo, un ejemplar manufacturado en Bruselas por Bodet a finales del siglo XVIII se titula Cartas de Taraut en lugar de Cartes du Tarot; en un ejemplar impreso en 1783 en Mumliswil por Schaer aparece la leyenda «L’Morux» en lugar de «L’Amoreux» (El Enamorado); en otro editado en Bruselas por Keusters, El Mago recibe el nombre de «Le Rateleur» (que en francés significa el rastrillador) en lugar de «Le Bateleur», y así podríamos citar muchos otros ejemplos.

De estos modelos provenzales aparecen numerosos fabricantes distribuidos por doquier: Alemania, Francia, Italia, Bélgica … , cuyos nombres solían inscribir en el dos de Oros y sus iniciales en El Carro y el tres de Copas. Entre dichos modelos podemos destacar el grabado por Carlos Burdel en 1751, el de Francois Bourlion de 1760 y el de Nicolás Conver en 1761. En cuanto al Tarot de que se sirvió Court de Gebelin, pertenece a la fábrica de barajas de la viuda Toulon (Veuve Toulon) que existió en Marsella de 1750 a 1755.

A partir de dichas fechas debemos centrar la historia del Tarot en la de quienes lo estudiaron y no en el propio Tarot, pues la inmensa variedad de barajas que florecen en los siglos XIX y XX se limitan a ser variaciones y más variaciones sobre el mismo tema; distintas representaciones del valor «oculto» que cada autor quiere atribuirles; o me­ramente al deseo de editar el propio Tarot todo lo cual en lugar de informar y aclarar, a lo que conduce es a confusión sobre el verdadero sentido del Tarot.