La Inquisición y el Tarot

En sus inicios la Iglesia fue como una comunidad de socorros mutuos constituida por gentes humildes, artesanos pobres, viudas, huérfanos, esclavos, etc., formando asambleas de fieles con objeto de prestarse mutuo auxilio, rezar y propagar la nueva fe. Pero al negarse a reconocer el culto al emperador -base y fundamento del Imperio romano- y dado que sus principios religiosos implicaban una revuelta contra el sistema social existente, fueron considerados enemigos públicos, y como tales, perseguidos, torturados y masacrados implacablemente.

Pero a partir del siglo IV, triunfante la Iglesia y reconocidos por Teodosio los decretos del Concilio de Nicea, ésta se convirtió en una es­pecie de república religiosa gobernada por los obispos y metropolitanos, y poco a poco se transformó en un verdadero imperio soterrado que tras múltiples vicisitudes alcanzó su máximo poder con el desmembramiento del Imperio carolingio, y a partir del siglo XI inicia una lucha a muerte primero contra los «paganos», es decir, contra todos aquellos que se resistieron a aceptar la religión triunfante y someterse al yugo del papado, y luego contra las herejías, tanto las que consistían en desviaciones de la fe, como en rebeldías ante la relajación de la Iglesia y su desvío de la finalidad espiritual para convertirse en un poder material absoluto.

Podríamos decir que la Iglesia medieval se toma la revancha de las persecuciones sufridas y se va haciendo mucho más implacable, brutal y sanguinaria que sus antiguos perseguidores, hasta culminar en la creación de la «Santa» Inquisición, que iniciada por Inocencia III en 1198 para combatir a los albigenses, cobró rango oficial a partir de 1229 en el Concilio de Tolosa.

Si nos fijamos bien en las fechas citadas, nos daremos cuenta de que ya nos hallamos situados en el tiempo en que debió de nacer el Tarot. Por lo tanto, es casi seguro que para preservar de la implacable persecución de la Iglesia las verdades y conocimientos -que por dicho motivo empezaron a ser «ocultos»-, y poder transmitirlos, era necesario utilizar todos los medios imaginables, desde grabados e imágenes en las piedras de las catedrales, a la inclusión de unas carticellas especiales entre las láminas de un juego creado seguramente por el mismo hereje o comunidad de herejes. Y es que cuando el pensamiento no puede expresarse libremente a través de la palabra y la escritura, se ve forzado a esconderse en símbolos e imágenes que sólo revelan su mensaje a quienes saben profundizar más allá de su inocente apariencia.