Los cristales como seres minerales iluminados

Los cristales son seres minerales que han conquistado su luz propia. A semejanza de determinados seres humanos que se autoiluminaron, se santificaron, convirtiéndose en un ejemplo vivo de luz y verdaderos maestros de sus semejantes, los cristales también son maestros del reino mineral, donando su luz a través de la fuerza, el amor y la sabiduría a quien necesite de ellos. Es incluso interesante señalar la semejanza de los nombres Cristo, Krishna, Cristal, todos grandes maestros iluminados de la humanidad. La energía Crística es la misma energía del cristal; es la propia luz del Espíritu materializada en un ser humano o mineral.

Cuando vemos la imagen de un gran ser humano, un maestro, un santo o un avatar, observamos que su cuerpo irradia luz, sobre todo de las manos, del corazón y del entorno de su cabeza, que es la famosa aureola de los santos. Esos seres transformaron sus células lunares en solares, pasivas en activas, a través de la generación y de la irradiación de la luz y de la pura energía de vida. Realmente, un ser autoiluminado brilla, irradia luz física de su cuerpo; ilumina y encanta a aquellos que se les aproximan.

A su vez, los cristales, desde hace mucho, también fascinan a los seres humanos con su resplandeciente luz divina. Cuando pasamos por una joyería, nos quedamos, casi automáticamente, hipnotizados por el encanto y belleza de las gemas expuestas, la cual, desgraciadamente, ha provocado muchas muertes, matanzas y guerras debido a la ambición de la personalidad humana ante el valor y el poder que representan. Pero eso, ¡ni Cristo lo puede resolver! Vean las atrocidades que se han cometido en su nombre.

Lo que importa es que traídas por dioses, por ovnis o transmutadas a duras penas en el interior de la Tierra, tales gemas cristalizan la propia luz del espíritu instalada en los cuerpos físicos encontrados en el seno de la naturaleza. Y el contacto con esos cuerpos luminosos despierta en nosotros las mismas características.

En el orden físico, los opuestos se atraen y los semejantes se repelen; sin embargo, en el orden espiritual, estas circunstancias se invierten: el semejante atrae al semejante, la luz atrae a la luz. Si buscamos poder y riquezas materiales en las piedras, solo encontraremos fragilidad y pobreza; pero si buscamos la luz y la claridad, nuestras vidas se iluminarán y, entonces sí, seremos verdaderamente poderosos y ricos. Si buscamos la felicidad a los ojos del mundo, atraeremos solo la infelicidad; pero si la encontramos a los ojos del espíritu, viviremos su verdadera expresión. El actor, como el nombre indica, es un ser activo, creativo: crea la acción, transformando una idea, un sueño, en realidad. Si el personaje es pasivo, sufre la acción, transforma la realidad en una idea, en un sueño. El actor, como el cristal, brilla a través de su propia vida, proyecta su imagen en lo que tiene en frente a él, en cuanto que el personaje es opaco, busca su brillo en aquello que reluce por sí mismo, y, como un espejo, busca su imagen en aquello que tiene delante.

La felicidad, como la luz, es una cuestión de incidencia del ángulo con que vemos la vida. Podemos verla con los ojos del ego o con los ojos del Espíritu, y ella nos responderá en la misma proporción, ofreciendo el destino, el karma, para el Ego, y la libertad para el Espíritu. Seres erísticos, los cristales, se liberaron de su karma, de su destino denso y opaco, para convertirse en moradas del propio Espíritu, moradas de luz. Son estrellas que cayeron en la Tierra, o brotaron de ella, trayendo el mensaje y la esperanza de que un día puliremos nuestro ser para convertirnos también en astros del Espíritu. Más que mensajeros de la esperanza, los cristales son el propio instrumento vivo para esta transformación. Tenemos el espíritu en nuestras manos. ¿Qué es lo que podemos hacer con él?