Todo es historia

Nuestra vida es una historia. Eso es fácil verlo en los libros y en las películas. Pero no es así de fácil en lo cotidiano. Estamos tan envueltos en su trama, que hasta nos olvidamos de que todo no deja de ser nada más que una historia, así, como en una pieza de teatro. Estamos tan preocupados de «salvar nuestra piel» y de que «se nos dé todo bien», o sea, en realizar todos nuestros deseos y apegos personales, que dejamos de lado toda la belleza y la magia de la propia vida.

Nacemos para interpretar una historia: la historia de nuestra vida actual. Esto sucede en un tiempo y un espacio definidos, con principio, medio y fin. Nacimiento, existencia y muerte. La primera y la última etapa suceden en un abrir y cerrar de ojos, pero, en la segunda, debemos estar bien despiertos para no dejarla pasar, así, en blancas nubes.

Ahora bien, si la vida es una historia, ¿quién la escribe? ¿Nosotros o el destino? Pues bien, ninguno de los dos. Quien escribe la historia de la vida es nuestro Espíritu, el Cristo Interior, el Self, u Orixá, o incluso cualquier otro nombre que se quiera dar a nuestro Ser Divino, el Creador de toda vida. Él es el verdadero, autor y director de la pieza de teatro de nuestra vida. Y, entonces, en ese caso, ¿qué es lo que somos en esta historia? Somos actores, actores de cuerpo y alma, interpretando un personaje, una personalidad que actúa en esta historia.

Para el buen actor, lo importante es representar bien su personaje, sea rico o pobre, guapo o feo, inteligente o irracional. Pero el personaje no piensa, exactamente, de ese modo. Tiene intereses, deseos, recelos y toda una gama de razones posibles para preservar, según sus patrones, el mejor nivel de su existencia dentro de su historia personal. Está siempre buscando un «final feliz» y, con ello, se olvida del fundamental «instante feliz». El buen actor debe vivir, ante todo, el «instante feliz», pues solo así podrá dar vida, magia y belleza al propio personaje. Solamente así, podrá ser aplaudido por todos y por el propio corazón, al término del gran espectáculo de su vida.