Un sueño animado por terremotos invita a la reflexión y a la toma de conciencia: es, de hecho, la expresión de un trastorno del yo lo que provoca el mismo abatimiento, el mismo sentido de impotencia que un auténtico seísmo.
La tierra que tiembla en el sueño corresponde al mismo suelo psíquico hecho de costumbres, creencias y certezas que imprevistamente es agitado, desestabilizado por una fuerza desconocida. Aquí el yo está ante dos posibilidades que puede elegir: profundizar en la angustia creada por el desequilibrio o renacer a una nueva armonía a través de un paciente trabajo de ordenación. Soñar con un terremoto puede representar también el miedo a que un acontecimiento imprevisto pueda antes o después llegar como un rayo desde el cielo sereno a arruinar la propia existencia.
La interpretación popular dice que un terremoto de baja intensidad indica un cambio de situación, pero movimientos telúricos más fuertes anuncian enfermedades, y un temblor muy violento hace presagiar una desgracia colectiva en la que se verá implicado el propio soñador. Si la tierra tiembla y se abre se perderán todos los bienes y se morirá de dolor, pronóstico siempre desfavorable, que empeora poco a poco a medida que aumenta la intensidad del seísmo.
También los análisis de los intérpretes de la Antigüedad ven en este símbolo un mal presagio: un temblor sísmico significa, de hecho, que una enfermedad afectará al soñador.
El terremoto onírico, más o menos grave según la intensidad con la que se produzca, anuncia siempre un cambio en la existencia; si se ve en sueños que la propia casa tiembla y se agrietan los muros, significa que pronto deberá abandonarla en la realidad. Un temblor grave corresponde a una pérdida de las propiedades personales; si se abre un precipicio pronto reinarán la confusión y las dudas. Si las montañas tiemblan se prepara, además, una catástrofe mundial.
Un sueño de terremotos puede ser también de buen augurio, pero sólo en dos circunstancias: que el soñador sea un deudor o que tenga previsto emprender un viaje.