Centauro, monstruo de vellosidad y semicalvicie

En las leyendas existentes en torno a la apariencia de los centauros, estos aparecían tan velludos como las bestias salvajes y como ellas se comportaban, sin hacer caso de modales ni de discreción. Gustaban enormemente de la música, del vino y las mujeres. Maravillaban a los hombres con sus conocimientos sobre medicina y adivinación, así como con su habilidad de cazadores. De hecho, también se insiste en que el término centauro les fue dado no por el toro, sino por las palabras griegas centein, cazador, y auros, liebre, pero esto es rechazado unánimemente por los iniciados, a partir del razonamiento de que nadie concedería dignidad, importancia, ni atención mitológica a un simple cazador de liebres. Por otra parte, tampoco debe considerarse fácil la lucha de los sacerdotes-magos por relegar al toro y encontrar el símil o la alegoría planteada por el Infinito.

Sagitario es el signo del juego y de los jugadores

Después de todo, el hombre equino, el centauro —ya propiamente dicho en la actualidad—, está indisolublemente ligado al toro, pese a que en tantos aspectos resultan incluso más que opuestos, como en el hecho de que el toro ama la quietud, siéndole indispensable para concebir el disfrute de la vida. Por el contrario, el sagitariano ama la movilidad y sólo a través de ella entiende y proyecta su razón de ser, motivo por el cual su alegría la expresa hoy en el deporte y antes, en la era mágica —antes del diluvio—, la manifestaba con juegos de cazador, como aquel que inventó de salir del bosque a la pradera a clavar flechas superficiales a los toros a fin de que los más grandes y fieros les persiguiesen. Hemos de recordar que Sagitario es el signo del juego. Todo para sus nativos transcurre como una partida que ha de ser ganada. Su aliento esencial se halla en su espíritu competitivo, en su naturaleza zodiacal de fuego. Es así como interpretan su trabajo, como un juego en el que deben ganar para acumular puntos (dinero), prestigio y privilegios. Y así entienden también el amor, por lo que disfrutan del flirteo un poco a la manera en que en otros tiempos disfrutaban eludiendo las astas que pugnaban por desgarrarles los equinos muslos, considerándolo como un inspirador peligro por el que algún día serán sometidos. Mal aspectados, también manifiestan jugando su incapacidad para buscar el triunfo de todas las posibilidades de ganar más por el azar, o por el peligro, dilapidando el natural caudal de suerte con que Júpiter le dotó exclusivamente para situaciones de auténtica necesidad.

El taurino traje de luces es sagitariano

El máximo juego del centauro cazador sobrevivió a la embestida de los siglos. Correr, saltar, gritar y reír delante de los cuernos de un toro furioso es un juego que genera poderosa adicción; un deporte cuyo mayor trofeo se muestra con el solo hecho de seguir vivo.
Este juego se dio en el máximo territorio centáurico, España, de cuyo sur, principalmente (gracias a Géminis), aflora la figura grácil del jocundo cazador (burlador y matador) adornado con prendas llenas de brillos, en inconsciente recuerdo de las brasas y los mantos de estrellas relacionados con el medio ambiente del centauro cósmico. Y del norte de este país le sale al encuentro el toro fabuloso.
Este símbolo ígneo que es el traje de luces, posee la máxima importancia en la simbología sagitariana y, por supuesto, taurina. Con este despliegue de luces, el temerario cazador se disponía a divertir su mitad equina, saliendo del bosque para trotar alrededor del toro y herirlo incluso para incitar su furor al máximo y así retozar, manteniendo la grupa a un palmo de las astas.
El juego era inevitablemente cruel, puesto que el centauro tardaba más en satisfacer sus ansias de juego peligroso, que el toro en fatigarse y decidirse a dejarle escapar. Así que el hombre-equino consideraba preciso extraer de la fiereza de la bestia toda posibilidad de ira a fuerza de clavarle flechas en puntos donde no se le podía herir de muerte, pero sí arrebatarle el furor.
Empezó con el gusto del centauro de llamar la atención del astado, trotando o caracoleando de manera que su capa color de fuego (amable para el centauro e irritante para el toro) impregnada de trozos de cristales coloreados o algún material semejante, ondeara y destellara a la luz del sol, para, en seguida, dispararle una o dos saetas con el fin de provocarlo y enardecerlo y así dejarlo acercarse tanto como el arrojo le permitiera, antes de arrancar en súbita pero medida carrera elusiva, burlona, repleta de gritos y carcajadas hasta que el toro, harto de no conseguir penetrar una carne que tanto se aproximaba a sus cuernos, renunciaba extenuado a la persecución. Esto hacía que el procedimiento fuera reiniciado, cada vez con mayor crueldad, y no cesase hasta que el toro, erizado de flechas, cayera desfallecido o muerto. Más adelante decidieron prescindir del arco. En adelante sería reglamentario que las flechas fuesen clavadas directamente con la mano.

Signo Sagitario