Influencia de Marte sobre Géminis 2

Prohibida la presencia masculina en la adoración a Marte

También debe recordarse que las amazonas, adoradoras de Ares, en memoria del sitio que pusieron victoriosamente a la Acrópolis en la montaña le consagraron la colina del Areópago (de Areios pagos), en la que le erigieron un templo.
La adoración de Ares Gynaikothoinas, como las mujeres denominaban a Marte en Tegea, exigía que los hombres quedasen fuera. Se trataba de un privilegio femenino en el que ni siquiera se consideraba la masculinidad del dios, sino exclusivamente su carácter.
Esto, por supuesto, sin contar con otras realidades ocultas de las que no podremos ocuparnos en el espacio de esta obra, como la de que los dioses tan en cuestión no sean irreales y en realidad se trate de dos bíblicos Elohim o quizá de arcángeles o ángeles, o incluso de algunos de los santos que aparentemente nunca existieron como mortales, pero a los que la tradición eclesiástica concede una extraordinaria importancia como encubridores de deidades obligadas a conformarse con un simple culto de supervivencia en un rincón del templo.

Las raíces del odio y la violencia están en su nombre

Su apelativo más antiguo es el asirio Meinodach, luego está el ya más reconocible Mars, del etrusco Maris. Hay que decir que no se ha logrado establecer claramente la etimología de su nombre. Ares podría provenir del etrusco aro, airo, que significa matar, o tal vez de aris, enemigo. Ha querido relacionársele con la raíz etrusca de marmaris, que significa varón, asociándolo a la fuerza generadora característica de la primavera.
La palabra griega ares poseía significados de pelea, pugna, conflicto. Pero también se invocaba a Marte con el nombre de Silvano, como cuenta Catón que hacían aquellos pastores que lo veneraban a pesar de relacionarlo con su peor enemigo, el lobo, del que le pedían protección.
Ya hemos dicho que el dios Marte peleaba a pie. De hecho se le describe haciéndolo poseído por una huracanada locura homicida, con gestos y ademanes de una soberbia insultante hasta el grado máximo de la injuria y del desafío, con los ojos teñidos en sangre por la ira, emitiendo voces tan roncas como huesos y cristales que fueran quebrantados al unísono, y dedicado a reducirlo todo a trozos y astillas, particularmente murallas y máquinas de guerra. Lo suyo es demoler los obstáculos, pasar por encima de la resistencia.

El don que Marte otorga es indispensable a todo mortal

Marte otorga, pues, la mayor potencia a la actividad humana. Con bien fundadas razones, las civilizaciones antiguas lo consideraban el dios de la guerra. Y hay que decir que esto fue así desde los sumerios. Para los caldeos fue el terrible Nergal, señor de las batallas, que con los griegos pasó a ser reverenciado como Ares-Marte. Es un hecho el que todos los pueblos de la Antigüedad, así como los que hoy siguen aislados de la civilización, mantienen entre sus deidades un lugar preferente que les faculta para defenderse de sus enemigos, atacar con trabajo al hambre y mantener una orgullosa conciencia de su existencia.

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